martes, 11 de mayo de 2010

Soliloquio

¡Ah, qué soledad tan inútil! Debería estar preparando pastelitos o jugando con mi capacidad de asombro. Debería de contar las horas de orgullo que puedo tragarme pues el orgullo es una de esas cosas con una capacidad de convencimiento tal, que la gente puede tragárselo enterito aunque sepa amargo. Como los jarabes para niños que suelen disfrazarse de cereza. Aunque con ello los jarabes reconocen que saben a madres. A diferencia de los orgullos, hay jarabes muy razonables.

¡Qué soledad la que me inunda en estos días! Debería de aficionarme a la comedia romántica y a las lloviznas (llovizna, que bonita palabra) pues es muy sabido que son dos cosas que desde que se conocieron ese verano entre los delicados y sonrientes jardines venenosos en Georgia se llevaron de maravilla. Qué soledad tan incongruente, tan rara y tan rebelde, que no se parece a ninguna otra su edad, las que ya van a los bailes y exponen sus entrañas en el café con las amigas. ¡Ah! Qué soledad, cómo ha cambiado, yo la conocí cuando estaba "así " de chiquita, cómo se hizo entre abril y agosto una soledad bella y joven, casta y regia, todo un prodigio de la tristeza y el buen susto. ¡Mira cómo ha crecido! Cómo se ha vuelto inquebrantable y necia esta soledad que sólo piensa en esos malditos poemas de algodón de azúcar que hacías como chiste fácil y en la inmortalidad del cangrejo, que es un pensamiento que mucha gente tiene cuando se está ido, o sea, cuando no se está.

Se queda como si no pasara nada aunque sabe, ¡porque mi soledad lo sabe!, que la nada es una de esas cosas que cuando pasa es como si no lo hiciera. ¡Ah! qué soledad tan apática y floja, debería de estar jugando a catalogar amantes, por sus manos y por sus apellidos de alcurnia, por la forma en la que cada uno mira el mar y por su sabor de helado favorito. Aunque a mis amantes a veces no les gustan los postres ni las cosas dulces, por eso son mis amantes, me imagino. Debería estar jugando a ver de cuál de todos esta soledad, la mía, se ha olvidado menos y a ver si recuerda su forma de escribir y sus muletillas sin-tácticas en este largo tiempo en que en realidad, (oh que razón tenías) no estaba tan sola. Lo siento. Lo siento. Tengo muy malos hábitos amorosos. ¡Ah! que soledad tan mía, siempre buscando el lado amable de la habitación sofocantemente mía, femenina y regresiva, habitación que por cierto, padece de un espíritu muy delicado, sensible y solidario que inevitablemente, irrevocablemente se pone fría cuando tú me faltas.

*Y obvio me pongo a escribir babosadas.

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