domingo, 20 de febrero de 2011

El sueño del Rey Salomón. Esos días de ocho y medio.


Después de la intensa y conflictiva relación que mantuve con Pier Paolo Pasolini durante la universidad, no creí que me enredaría tan fácilmente con otro italiano. Tenía un apetito voraz de algo asiático y muy posmo: Ese cine de luces magenta. Pero la cinefilia como adicción es caprichosa, y si alguien saca de su cajita de drogas la mezcla adecuada, sólo puedes engancharte. Y miras. Miras hasta que tienes demasiado, que es lo que pasa con el cine y con los hombres.

Tal vez esa extraña fotografía con la escena de “Y la nave va”, que por algún misterioso motivo, colgaba de la pared de la cafetería de Filosofía y Letras, a donde tantas veces fui buscando chilaquiles y teoría psicoanalítica, me estaba dando algún tipo de señal. Tal vez, el ocaso de un amor largo y poderoso, anunciaba, como premonición, que llegarían los días de un diciembre que fue más cálido que de costumbre y que instaló en mi vida una atmósfera peculiar y citadina. Cierta estética. Cierto estado al que podría llamar novelesco o quizá, onírico, o cinematográfico, pero para usar la palabra correcta, debería de decir que esas fueron para mí, semanas fellinescas. Así, que aún en mis veintes, a finales del año en el que no vi la mar, me encontré brutalmente acribillada, flanqueada, por la precisa y escandalosa obra de Federico Fellini, todo él. Todos ellos.

El acecho psicomágico, mi necesidad, mi búsqueda, se volvió una obsesión disfrazada de dulce acompañamiento vespertino. El ciclo planeado por la Cineteca Nacional y el Instituo Italiano de Cultura, transformó mi enésima crisis en un paseo cinematográfico por mis debates y arquetipos. Pero, en fin, para eso es el cine y para eso es el arte hasta cierto punto. Lo que es extraño, lo que es sórdido, es que vida y pantalla entraron en complicidad sincrónica y, acompañada de “ellos” de casi todos ellos, comenzaron esos que he llamado, mis días de ocho y medio.

Se que mordí el anzuelo porque nombraron la muestra como Tutto Fellini y yo tenía ganas de aprehender un lenguaje, de verlo todo, de ir de cabo a rabo de una manera de ver el mundo, de gastarme una mirada completa, una pasión. Fui a Fellini con el afán de hacer complicidad, que es lo mejor del amor, de hacer un puente entre él y yo; (ÉL Y YO) y entonces comprender que era posible para mí, que no había sido una oportunidad solitaria que había perdido para siempre por no saber mantener una relación. Fui a Fellini para darme cuenta de que podía seguir participando en la construcción de lo íntimo con alguien.

Todos ellos, por supuesto, son los hombres equivocados para casi todo lo práctico en la vida, y no porque lo sean para todas las mujeres, el ajedrez imperioso de las ciurcunstancias me tiene en un lugar comprometido y no, resulta que no, que por el momento toda abdicación es imposible, que las cosas no pueden ser simples y que no se puede más que jugar duro. Ninguno es para mí aunque todos sean un poco míos.

Calladamente y de vez en cuando, espero que haya marcha atrás y la cultura me perdone. Me pregunto asustada si en verdad no habrá un hombre para mí y si eventualmente dejaré las fellinadas por los cuentos de hadas, pero de un tiempo para acá, por las heridas y los bares (y las películas), no puedo conformarme con tan burdas prioridades. Sé que parece que hablo con soberbia pero no ha sido una conclusión calculada sino consecuente de mi historia. Y justo ahí, el origen de esta coincidencia con Giudo, con Fellini: Tuve miedo de no ser capaz de una historia y me puse a buscar una, especialmente, con los implacables métodos del inconsciente, que pueden ser desesperados y  que por ser contundentes, luego dan mucha risa. La vida se me había vuelto muy escasa de inspiración y de deseos, esas cosas que no hacen mucho ruido cuando se marchan pero su ausencia es honda y paraliza.

Ocho y medio: Me tiras el tarot, bajas con una chica insípida y perfecta la escalera de la sala de cine con tu sonrisa de niño para saludarme, me miras con anhelo, te presento a Hernández, me besas por la noche, me dejas tu escenario, me dejas tu escritorio, me dejas, me muestras el infierno que sí tiene luz roja, bailas conmigo, te robo el libro que olvidaste en la cantina, me hablas duramente, andamos por la calle,  te hago el desayuno, miramos un show que me conmueve, me das regalos con culpa, vamos al cine, me lees un cuento de Bolaño, tenemos sexo tántrico, cocinas para mi, me tomas de la mano, desapareces, me buscas, me miras bailar, hacemos planes, me dices cosas horribles, vamos a ver a Von Trier, sabes que eres un machista, me escribes, me dices que me extrañas, te digo lo que pienso, hacemos el amor en la ventana, me llamas borracho, me llevas al museo, te llevo al museo, une semaine de bonté, me besas en la boca, me besas toda, discutimos, vamos por unas chelas, me hablas de Rilke, dejo mis cosas en tu cuarto, me declaras tu amor frente a todos, Nina Simone, te vas con otra, vemos el paisaje de alcohol y pólvora,  no me llamas, hacemos el amor, me quieres libre, me quieres para tí, me quieres hoy, me rechazas, fumamos, me cantas, tocas el piano para mi, quieres escribir conmigo, quieres vivir con otra, tuve el sueño del Rey Salomón y preparaban todos juntos la cena navideña, te lo cuento, Patti Smith, llego a tu casa, estás enamorado de mí, estoy enamorada, estás contento, estás celoso, hacemos el amor en la cocina, cantamos en el auto, el agua es más bella despeñándose, bebemos mezcal, vamos al jazz, vamos a ver a Fellini, tutto, tutto Fellini.

                                                                         F I N.

Cómo quisiera poner aquí lo que nos pasa, lo que hacemos, sus nombres como guía psicomágica, como mapa en mi existencia, sus psicopatologías que empatan tan eficazmente con las mías, pero ya me muestro demasiado y no podría narrar toda esa intimidad por el pudor de lo inmediato y lo reciente, toda esa posibilidad, que por eso es bella y por eso, también, un poco dolorosa. La avidez de tinta cede, pues de mi Fellini y los suyos han habido curiosas consecuencias en blanco y negro, (negro y blanco) entre otras, éste y muchísimos otros-inútiles-poemas, al que por cierto, no se cómo nombrar; así que si quisieran sugerir un nombre o les gusta el que se me ha ocurrido, tengan la bondad de comentar.

Un beso largo de Medusa.


Y la nave va.

Con cierta gracia,
te meces de un lado a otro,
de mi insolente vanidad.
Parece que quisieras
reservarme para el postre.
Pero usamos los mismos trucos, Guido.

¿Me has estudiado, colega,
o sólo te reconoces en mis gestos?
En verdad piensas que...
-¿cómo fue que lo dijiste?-
“Que no intentas nada conmigo
porque tienes la certeza
de que te engancharías
como un loco.”

O sólo tiras para comprobar que aciertas.

Quizá tengas razón y
es materia inflamable
el espacio entre nosotros.
Si se cometiera la imprudencia
de tirar el fósforo,
tú y yo, volamos,
nos volamos
y nos vamos a otro mundo,
(uno lleno de delicias)
o nos hacemos pedacitos.

El veneno sigiloso
de aquello que es certero
sólo se reconoce mediante un buen olfato.

¿Quieres echarme las cartas y
sucumbir ante la fatal idea
de un destino con Medusa?
¿O que nos volvamos, tan sólo, humocaracola?

No tenemos remedio.
La vida está llena de formas
y me gusta nombrarlas contigo.

Vamos tropezando con
los personajes sórdidos
de un circo post
mientras nos sentimos
fellinescos.

Ya me sabes, nos conocemos.
Las musas, de vez en cuando,
se encarnan en anatomías masculinas
que analizo por oficio.
No necesito un jeque blanco.
Los tengo a todos y a ninguno.
La bella indiferencia
es un buen recurso cinematográfico.
Quería ser Claudia pero soy Guido.

Somos gente de historias.
Coleccionistas.
Son las luces de variedad que nos seducen.
Y tus ojos son humo de sándalo,
mientras amaneces con otra.

Esta noche, sin tí y en tí
me siento como un fantasma.
Escribo el guión,
desde tu trinchera urbana favorita.
En otro país y en otro tiempo,
lejos del mediterráneo afán
que te llevó a mi puerta
esa extraña noche de Cabiria.

Esta nostalgia neorrealista
me confronta y se me estrella
frente al primer cuadro
de la ciudad abierta
donde amamos y vivimos.

Esta noche, soy la forma femenina de un anhelo.
Y esperando una locura, la tuya,
me leí tus libros
y me bebí el café que dejaste
irremediablemente frío.

Así es la dolce vita,
me apodero de tu ausencia
mientras sigues soñando
en ocho y medio.

Aguamala o medusa.
(Prometo que mi siguiente post será de esos chistositos).

                                                                     Tutto Aguamallica