miércoles, 14 de marzo de 2012

La Mala Educación Sexual. Tratado sobre tus Límites.


Sí, ya sé que estás enredado.

Salí con las chicas, terminamos en el jazz del España y no importó tanto que me abandonaras por la noche. Hubo un homenaje a Sonny Rollins, cariño. La pasamos bien, me encontré con mis socios por la noche y conocí a un chico lindo y argentino, que trabajaba para Dior y parecía  menor de lo que me aseguraba. Mientras me reía con él, recibí tus mensajes telefónicos y tuve una sensación conocida, giré sobre la vida y me pareció que intentabas persuadirme para retomar el meticuloso cuidado que dábamos a la vieja colección de tus mentiras. Como almanaque arcáico y sin sentido, hubiera lanzado mi teléfono hacia el muro de la Catedral pero me han cerrado la terraza, así que me he lanzado yo: Mientras colaborabas en la mudanza de la turista, un deportivo rojo me ha llevado a casa.

Me puse esa falda que provoca estragos. Y quería, de hecho, causártelos a ti. Desarmarte. Quitarte la calma que tanto trabajo de cuesta conseguir. Rendirte y elevar, como el trago apresurado que sube la temperatura del pecho herido y frío, tu ya de por sí acelerado temple. Agitar tus faltas con mi falda. Tu falta de control por querer permanecer en todas las mujeres que se estrellan -porque se estrellan- contigo. Tu falta de determinación frente a los espejos  y tus cortos y tus largos y la ex. Estás enredado, vas tropezando y yo te siento dentro de mis huesos. Contigo, palpita la extraña memoria de la carne cuando añora y pide. El deseo, que es nuestra desgracia y la de muchos:
Tu carne marcada con los signos de los dioses viejos. Tu piel que tiene eso de vital y de terreno que tienes para ser y para darte. Falda de algodón color Bagdad para tí, porque te vuelves ciego y pareces un poco borracho y un poco perdido en este juego. En la tentación subrepticia de la posesión y atropofagia. Aún juegas. Siempre jugamos. Y así, perdido y perdiendo, entregas tus armas y arrastras tus horas por la paz de las piernas que siempre, (siempre) te han dicho que sí. Piernas dispuestas como el hogar o la aventura…Enfocas la lente empañada para ver los gestos que te excitan. Miro tu rostro esperanzado y torcido. Tu mirada extasiada en un túnel del sexo como si fueras  asesino o artista.

Pensaba que prestarse a la fatal caída de algodón color Bagdad era una cuestión, sí, un poco maliciosa, pero si lo piensas bien, verás que llevarte al lugar que conocemos con premeditación, alevosía y ventaja. Seguir el implacable mandato del deleite, entre nosotros, sólo puede ser un intermedio, un interludio de bondad.

[¿QuÉ eS eL PLaCeR?
Sust. a ind idem. Es la sensación, tan efímera y transitoria como real, de transformar nuestro lugar en el mundo en el encuentro con el otro. Incluso, alguien menos egoísta, diría que es el súbita renuncia a ese lugar para pertenecer a algo mayor.
a) La Umbralidad
Estar en lo trans, en el train de que hay en el rose es estar a punto de explotar. Esta sensación, por contingente, es aparentemente ilusoria pero con la repetición de esa ilusión en la historia del sexo, de efímera deviene eterna.
b) La voluptuosidad.
La voluptuosidad es una propiedad de la sensualidad, y está suscrita al afán de alargar y ceder a una sensación: la del placer. La voluptuosidad es ese dejarse ir en el goce y sentir que los límites se expanden.
c) El Ritual.
Es aquello que emerge desde el vaivén de los centros, el placer existiendo y explotando, siendo. El placer que surge primitivo desde el centro del cuerpo y de la tierra, como la posesión del fuego. Así de humano.
d) La Mística.
El estado de trance inducido, fugaz delirio de tenerlo todo, de serlo todo, de fundirse en todo (de ser dioses) y luego desaparecer (ser Dios). Dulce y pequeña muerte. Lo que se llena de volumen en la “voluptuosidad” es entonces, la sensación de placer. El goce que viene del afán de traspasar el límite de la piel que se confunde, de transgredirse y en ello, ser
con el otro, crecer y transformarse en el cuerpo, de expandirse en el encuentro del tacto, impregnándose de todo fuego. Fuegos.
Es extrema conciencia del límite al transgredirse. Los límites de la piel. De los humores. Del ser. En tus deliciosos y escarpados bordes, en la frontera vencida. Me gusta tu límite. Me gustan todos tus límites.
                                                                                                                                      No, soy incapaz de decirlo. Tal vez no puede deicirse

B o R d E r L i N E o F u S.

Al final, tomaste tus decisiones, dijiste tus mentiras y te enredaste entre las sábanas de una larguísima trampa de autosabotaje y cobardía. Pero la falda y las heridas de presencia determinada y vengativa, están como todas las cosas y la gente para cumplir el mandato de sus vicios o sus amos: Estrellarse con alguno como tú.
Estragos en tu honor y a tu nombre. Farra de miércoles para mirar las luces de variedad de este país que se odia. Para desenterrar la frustración de la que estás enamorado. La mía, cuando cualquier cosa se trata de ti, dueño de dos o tres naufragios. Estragos, aprendidos de las brujas y las geishas para explotar miradas y volar cabezas. Movilizar las manivelas del deseo, sus cuerdas. Estragos, por la cobarde ausencia de tu mirada sobre mi falda, por tu incisiva falta con (entre) mis piernas. Sin espacio posible para la premeditación pero con toda alevosía y ventaja, me estrellé con cada hombre que no eras tú y les dejé suponer mis fronteras, mis bordes, mis límites. Poseer el fuego y encontrar la paz.

Aguamala o medusa


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